Al llegar al atardecer de nuestra vida, tenemos la sospecha de que a veces hemos actuado mal. Quizás no hemos utilizado las palabras adecuadas para el amigo que las necesitaba, o dejamos de lado algo que nos habían confiado, tal vez hemos abandonado a alguien o lastimado a nuestros seres queridos. Algunas veces fuimos cobardes y mezquinos, pero otras nobles y generosos. Esa es la abundancia del corazón: en medio de tanta bajeza, es capaz de hacernos mejores, de elevarnos por encima de nosotros mismos. No hay que avergonzarnos de nuestras contradicciones o de ser lo que somos. No hay que dejar que nos intimiden... No hay un único camino hacia la felicidad.
Amamos tanto como los hombres pueden amar, es decir, imperfectamente.