viernes, 22 de julio de 2011

Muero de la herida de la que extraigo gloria.

Nuestra libertad, ebria de sí misma, no conocía límites. Se reinventaba cada mañana; el mundo era nuestro amigo y nos entregábamos bien a él. ¿Cómo puede el amor que apega acomodarse a la libertad que separa? La libertad no es un relajamiento, sino que incluye mayores responsabilidades. Resuelve menos los problemas, de los que multiplica las paradojas. Dicen que quien es capaz de amar, es capaz de grandeza y arrastra a sus semejantes al camino del progreso. Se trata una vez más de desplazar la frontera de lo posible y lo imposible. La libertad puede significar independencia (no depender de nadie), disponibilidad (permanecer abierto a cualquier tipo de posibilidad), soberanía (imponer frente a los demás), responsabilidad (aceptar consecuencias). Esto es lo que contradice la vida de a dos. Pido al otro que renuncie a su  libertad, y me comprometo a hacer lo mismo. Si la voluptousidad del amor es no ser libre, la voluptousidad del yo es no entregarse nunca. Naturalmente se buscan y se huyen, buscan "ser libres juntos". En lugar de enmaciparse juntos, intentamos librarnos los unos de los otros.
El dilema del individuo es que le gustaría ser la base de sí mismo pero busca con angustia la aprobación de sus semejantes. Pero llegara un momento en que hay que arriesgarnos por nosotros mismos, que trastornará nuestras expectativas, y librarnos del triste mano a mano con nosotros mismos. El amor es una aventura de la que no queremos privarnos, siempre y cuando no nos prive de nuestra libertad. En suma, lo queremos todo y lo contrario de todo, permanecer unidos sin estar atados a nadie.Y acá nos encontramos absurdamente en espera para preservar la libertad de perder el amor o para proteger el amor de renunciar a nuestra libertad.

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